por Catalina Cervantes.
El texto titulado «El equívoco del chauvinismo» intenta construir una defensa del nacionalismo popular frente a lo que percibe como ataques elitistas o tecnocráticos. Sin embargo, su planteo incurre en una serie de vicios argumentativos y errores conceptuales graves que lo descalifican como ensayo de validez teórica. La pieza se sostiene sobre apelaciones emocionales, falsas dicotomías, y una lectura incorrecta del concepto de «chauvinismo». En vez de clarificar el debate, lo enturbia.
Sobre el chauvinismo: definición ignorada
El autor confunde chauvinismo con nacionalismo, sin presentar una definición técnica del primero. Chauvinismo, en ciencia política, designa una actitud de superioridad irracional respecto de la propia nación, pueblo o grupo, con desprecio hacia los demás. No todo nacionalismo es chauvinista, pero el texto asume que cualquier uso crítico del término es una operación clasista. Esta simplificación invalida la seriedad del planteo. El ensayo no distingue entre el nacionalismo como afecto legítimo a la comunidad política, y el chauvinismo como forma patológica del mismo.
Falsa oposición: pueblo vs élite
El ensayo construye una narrativa binaria: nacionalismo popular = justicia y comunidad / cosmopolitismo = desprecio, privilegio, snobismo. Esta oposición carece de base empírica y teórica. Existen formas progresistas de cosmopolitismo (Nussbaum, Appiah) y formas autoritarias de nacionalismo (Orban, Putin). Presentar una opción como moralmente superior por defecto es dogmatismo. La operación retórica de polarizar los términos debilita el análisis y transforma un posible debate en una consigna.
Apelación patética: pobreza como ética
El autor recurre constantemente al sufrimiento de los pobres como argumento de legitimidad del nacionalismo. «El que pasó hambre sabe lo que es patria» es una forma de emocionalismo que reemplaza al análisis. Que una idea surja en contextos populares no la vuelve correcta. Este uso de la pobreza como autoridad moral es un recurso propagandístico. Al reducir la patria a la experiencia del hambre, el autor transforma un concepto político en un fetiche emocional.
Confusión entre nación, nacionalismo y Estado
Se asume que toda afirmación de lo nacional es positiva, sin distinguir entre:
- La nación como comunidad cultural.
- El nacionalismo como ideología política.
- El Estado como aparato administrativo.
Confundir estos planos lleva a justificar cualquier afirmación nacionalista como si fuera un acto de justicia social. No lo es necesariamente. Esta confusión también permite deslizar que cualquier crítica al nacionalismo es una traición a la patria, lo que es un mecanismo de cancelación ideológica.
Falta de teoría económica
Pese a criticar el «tecnicismo», el texto no presenta ningún modelo económico alternativo ni discute con datos. La defensa de la soberanía económica queda en el plano simbólico. No hay mención a balanza de pagos, productividad, estructura tributaria, tipo de cambio, ni regulación comercial. Sin esto, la crítica a la tecnocracia es pura retórica vacía. Rechazar la economía por «tecnocrática» sin reemplazarla con un marco teórico propio es una forma de anti-intelectualismo populista.
Mal uso de Carlos Cossio
El texto invoca a Carlos Cossio para legitimar el nacionalismo como base del Derecho. Pero la teoría egológica no valida ideologías; simplemente describe el Derecho como acción humana situada. Usar a Cossio para justificar un programa nacional-popular es una extrapolación ilegítima. Cossio no propuso un nacionalismo jurídico, sino una teoría fenomenológica del derecho como experiencia. Su teoría no se puede transformar en doctrina política sin violentar sus fundamentos.
Glorificación acrítica del nacionalismo
El autor ignora los riesgos históricos del nacionalismo: exclusión del otro, imposición cultural, persecución política. Ejemplos como la URSS, el nazismo o incluso regímenes populistas latinoamericanos muestran que el nacionalismo no es sinónimo de justicia. La noción de «nacionalismo bueno» vs «malo» se sostiene con cherry picking histórico: es decir, seleccionando sólo los casos positivos (Gandhi, Perón, New Deal) y omitiendo los negativos (fascismo, etnonacionalismo, dictaduras). Esta selección sesgada convierte el argumento en propaganda.
Conclusión
«El equívoco del chauvinismo» es un manifiesto político, no un ensayo analítico. Sirve para movilizar afectos en una audiencia convencida, pero fracasa en aportar rigor conceptual, teoría política o economía sustantiva. Es un ejemplo de cómo la ideología, cuando no tematiza sus propios límites, cae en dogmatismo emocional. Y eso no construye ni soberanía ni justicia: construye autoengaño. El nacionalismo, para ser una herramienta emancipadora, debe someterse a crítica, a teoría y a verificación empírica. Todo lo demás es mito.