por Nicolás Salvi.
Serie: ¿Y si el futuro fuera colectivo? — Un viaje al cosmismo ruso
Entrega 10.
Lo que sigue no quiere ser conclusión. Quiere ser una siembra.
A lo largo de este viaje nos asomamos al sueño imperecedero de Fiódorov, a la astronáutica mística de Tsiolkovski, al incandescente sol de Chizhevsky, a la sangrante pasión de Bogdánov y a la revolución interplanetaria de Svyatogor. Nos cruzamos con estrellas muertas y cuerpos inmortales, con utopías que deslumbran y con técnicas que rezan.
No fue nostalgia. Teníamos que dar cuenta de qué queda vivo de aquel impulso y qué puede nacer de nuevo.
No hay retorno al cosmismo del siglo XX. No hay regreso al Imperio ni a los Soviets. Lo que hay es una constelación del súper-todo por unir.
El cosmismo fue siempre dirección, no dogma. Una insubordinación metafísica que se negó a aceptar que el mundo fuera esto y nada más. Esa rebeldía —esa hambre de futuro colectivo— puede y debe hablar hoy con otras lenguas. Con acentos andinos, africanos, del sur y del norte, del exilio, de la ciencia de toda latitud. El cosmos que soñaron los rusos debe ser comunalizado.
Este manifiesto es un llamado a imaginar la tecnología como responsabilidad. A ensayar otra relación con la materia, con el tiempo, con los cuerpos y con los muertos. A recordar que el porvenir se escribe en la capacidad humana de volver a elegir el sentido de sus herramientas.
MANIFIESTO COSMISTA PARA EL SIGLO XXI
1. El cosmos no es frontera, sino campo común
No es el último borde a conquistar. Es el escenario compartido de la vida por venir. Ninguna especie, grupo o Estado puede arrogarse soberanía sobre él. Es herencia de los que fueron, cuidado de los que están, promesa de los que vendrán.
El cosmos no puede pensarse como vacío inerte. Es una materia en proceso de pensarse. Ser parte de él implica acompañar esa conciencia en expansión.
Expandir la vida más allá de la Tierra implica la madurez de todo terrícola. Esa es la responsabilidad ante la materia que aún no ha sentido.
El cosmos es un ritmo. Un latido solar que nos atraviesa sin que lo sepamos. Habitarlo implica aprender a escucharlo.
2. La tecnología no es neutral, pero tampoco está maldita
Es posibilidad encarnada. Y toda posibilidad exige una ética. Cada herramienta puede herir o sanar, aislar o conectar, borrar o recordar. No significa rendirse ante ella ni de idolatrarla, sino de orientarla al servicio de una justicia que no se conforme con sobrevivir, sino que aspire a dignidades compartidas.
Una técnica justa no acumula. Su impronta es circular. Su poder no está en dominar, sino en compartir. Cada avance que no se traduce en vínculo, es retroceso.
También el arte es herramienta. Es la transformación estética. Puede abrir portales que la técnica aún no sabe cruzar.
No podemos entregar las tecnologías de punta a las élites que sueñan con vencer la muerte en soledad. Debemos reorientarla y ponerla al servicio de un plan que no excluya a los frágiles ni convierta la mejora en lujo.
3. El cuerpo no es error, es nuestro umbral
Es archivo viviente, portal del mundo, mapa de memorias. Mejorarlo no debe ser mutilarlo, sino sostener su fragilidad como potencia.
La piel, el dolor, la vejez, el deseo y el duelo son lo que nos mantiene humanos.
Quienes imaginan al cuerpo como error de diseño olvidan que ahí reside nuestra posibilidad de vínculo. Debemos mejorarlo para amplificar su capacidad de cuidar, sentir y compartir.
4. La muerte no es enemiga, es nuestro vínculo
Es límite, misterio y parentesco. Aceptarla no es rendirse; y desafiarla no es soberbia.
La resurrección fiódoroviana no es imposible, hay formas de devolver presencia: el recuerdo activo, la justicia retroactiva, la reparación, las tecnologías de la memoria y la lucha contra la necropolítica.
Nada está perdido para siempre, la materia recuerda. Lo que hoy se dispersa, mañana puede volver a sentir. La resurrección es también el destino lento de cada partícula.
Contra quienes quisieron incendiar los museos para olvidar el pasado, el cosmismo propone convertirlos en laboratorios de restitución. Espacios donde el tiempo se reensambla para volver a vivir.
Aceptar la muerte es también crear herramientas para acompañarla. Tecnologías del duelo. Instrumentos para seguir cuidando incluso después.
5. El conocimiento no se acumula, se comparte.
La ciencia, la filosofía y toda disciplina humana no son privilegio de los iniciados, sino derecho del común. Tecnologías y técnica deben servir a las comunidades que decidan su sentido y su destino. Donde la vida se patenta, el cosmos se encierra. Esa jaula hay que romperla.
Una ciencia del común debe entrelazar el saber. La restauración de lo dañado exige una mirada que combine técnica, historia, biología y relato. Solo una ciencia total puede recomponer un mundo herido.
El saber no debe aspirar a controlarlo todo. Debemos preguntar, escuchar y consensuar. Una ciencia cosmista acompasa, describe y ayuda.
La tecnología amplía lo posible, pero no decide por sí sola. El sentido no está en el código. Está en el pacto.
6. La inteligencia no es propiedad del cálculo, es resonancia universal.
Habita en los afectos, en la escucha, en los relatos, en las plantas que recuerdan, en los animales que esperan, en las piedras que guardan.
Los cuerpos también escuchan. Son sismógrafos del mundo invisible. Las mareas, el sol, las estrellas vibran en nosotros. No hay algoritmo que escuche lo que percibe una multitud inquieta bajo el mismo cielo.
No hay revolución técnica sin imaginación desatada. No hay progreso sin resonancia simbólica. No hay conocimiento sin afecto.
7. La humanidad no es centro ni residuo, es forma en relación
Es una especie entre muchas, pero capaz de relato y de conciencia. De amar y odiar.
Un cosmismo del siglo XXI no será antropocéntrico ni antihumano. Será interdependiente, situado y composicional.
No queremos dominar el mundo, sino recomponer sus vínculos. No buscamos excepciones humanas, sino responsabilidades compartidas.
8. El futuro no es una carrera, es un pacto.
No hay avance si deja a millones atrás. No hay progreso si se mide en cuerpos descartables. Toda innovación que no amplíe lo común es regresión disfrazada.
No hay lugar en el cosmos para civilizaciones que no superen su violencia heredada. Toda tecnología que no ensanche la cooperación es ruina en cámara lenta.
9. La espiritualidad no es superstición, es búsqueda con método
Es la dimensión donde el sentido se vuelve necesidad.
Un cosmismo vivo no impone credos, pero tampoco ridiculiza preguntas mayores. Sabe que sin misterio, la técnica es vacía; sin espesor simbólico, el mundo se vuelve chato.
Reconoce la dimensión metafísica de la experiencia, pero no abdica el pensamiento riguroso.
Es plenamente pro-científico. No se aferra a los límites actuales del saber, pero tampoco se entrega al delirio. Todo lo que aún no comprendemos es una invitación a investigar. Propone abrir hipótesis, ensayar métodos y construir explicaciones allí donde otros solo ven irracionalidad o superstición.
El cosmismo no rechaza lo imposible. Lo convierte en problema científico. No renuncia al asombro, pero exige pensamiento.
Un mundo sin preguntas mayores es un mundo condenado a acelerarse hasta romperse.
10. El cosmismo no es programa, es práctica.
Es disposición, no doctrina.
Una mística laica. Un esfuerzo por pensar la ciencia con ternura, la técnica con memoria, la política con horizonte, y la poesía como respiración colectiva ante la violencia del cálculo.
No hace falta ser cosmista para practicar esto. No es una secta, ni una escuela cerrada. Es un impulso abierto a quien quiera sostener la vida con sentido, justicia y memoria hacia un futuro común.
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Que el manifiesto cosmista no trace un plan, sino una línea de fuga. Que sea poema, cápsula y conjuro.
Tres deseos volcánicos. Restituir a los ausentes, ensanchar la vida y reencantar el cosmos.
Alcemos la vista para recordar. El cielo es un archivo de lo común, un cuerpo estelar que recuerda todo lo que fuimos, todo lo que aún podemos ser.
El cosmismo susurra en coro. Se inventa nombres para decir lo impersonal. El futuro se conjuga en común.
Si alguna vez hubo un manifiesto que gritó “¡Guerra, única higiene del mundo!”, que el cosmismo susurre: “La vida compartida, única higiene del universo vivo”.