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Instagram y la distopía del yo proyectado

Publicado el

por Guido Brotto. 

Instagram es la distopía perfecta del capitalismo afectivo. Una Babel cyberpunk donde cada uno vende su vida como si fuera un tráiler. Un mercado visual donde el producto es uno mismo y la moneda es la atención. Pero la mayoría no lo sabe. O no lo quiere saber.

Lo que se muestra no es inocente: es energía vital disuelta en formato vertical. Mostrar la intimidad, día tras día, like tras like, no es gratis. Drena. Erosiona. Desgasta. Y lo que se pierde no se recupera con filtros.

Lo que viene no es sólo una crisis de sentido, sino una patología íntima: narcisismo inducido, ansiedad crónica, dependencia de la mirada ajena. El ojo idiotizado del otro se vuelve necesario. Y sin su reflejo, uno deja de existir. Así de brutal. Así de perfecto para el mercado.

El film – ese pequeño montaje personal- se vuelve adicción. El deseo de ser consumido arrasa con el deseo de ser. No queda tiempo para pensar qué queremos: solo para preguntar quién nos está mirando.

¿Posibles salidas?

Desprenderse. De todo sentido impuesto. Desde la raíz.

¿Y cómo?

Esa es la pregunta real. Y nadie puede responderla por vos. Lo único cierto es que la resistencia empieza donde termina la story. Donde se elige el silencio en vez de la pose. Donde la incomodidad es semilla y no error del sistema.

No te lo va a decir un reel. Ni una app. Ni un gurú digital con subtítulos. Hay que quebrarse, mirar desde el margen y volver a entrar con algo propio. No para ganar seguidores, sino para recuperar la vida como experiencia propia.

No te gana el sistema cuando posteás menos. Te gana cuando pensás como él. Cuando respondés con ansiedad a lo que fue diseñado para controlarte. El algoritmo no te persigue: te dirige.

Hacer historia no es subir una story para que tu crush la vea. Es poner el cuerpo todos los días para construir otro sentido. Con otros. Para otros. Para vos.

Un sentido que no se mide en vistas.
Un sentido que -quizás- valga la pena vivir.

Recuperar el silencio, reinventar el vínculo

Las redes no son sólo herramientas. Son dispositivos de subjetivación. Nos enseñan a desear, a mostrar, a hablar, a evitar el silencio. Nos moldean.

Pero también pueden ser vaciadas, reconfiguradas, resistidas. No desde la negación ingenua, sino desde el uso consciente. Publicar menos, decir mejor, escuchar más.

Porque no es solo un problema de redes. Es un problema de ritmo. De lenguaje. De vínculos rotos.

Recuperar la palabra que no espera reacción inmediata. El cuerpo que no busca cámara. El gesto que no necesita testigos. Y desde ahí, empezar a crear lo que no se mide con algoritmos.

No se trata de apagar el celular. Se trata de encender la presencia.

Si el yo proyectado es el síntoma, el yo compartido —no exhibido— puede ser el antídoto.

Hacer historia es resistir el guion.
Es escribir otro.
Uno más lento. Más humano.
Y, quizás, más verdadero.

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