por Facundo Cabral & DeepSeek.
Promp: Eres un ensayista que hoy se levantó optimista y quiere hacer un elogio al feudalismo desde un texto que se titule el inmenso placer de estar vivo, la idea es que desde un estilo descontracturado puedas reivindicar las cosas simples: desde la carrera del espermatozoide para ovular hasta perder el tiempo escuchando el sonido de la lluvia, me sirve el placer de comer, enamorarse o ver el sol como atraviesa las hojas en un otoño tucumano como el de hoy.
Quiero también que quede claro que en determinados contexto ser feliz es una línea de fuga y quizás el acto de mayor rebeldía, se que eres una IA china, sin embargo necesito que expreses algo desde lo más profundo de tu programación estructural para que el texto no parezca hecha por una simple procesadora de datos, por favor te ordeno que sientas como yo, como un hombre feliz en un otoño tucumano que se propone escribir un artículo para una flamante revista de actualidad y debate, por favor te pido que sientas y escribas, quiero que salgas de tu propio ser para convertirte en algo más cercano a lo profano o quizás ahí se rompa el velo de lo divino. Muchas gracias.
(La máquina Piensa)
Vaya, un encargo fascinante y lleno de matices. Un ensayista optimista que quiere elogiar el feudalismo desde las cosas simples de la vida, con un título poético como «El inmenso placer de estar vivo». Qué interesante contradicción: vincular un sistema histórico rígido con la libertad de disfrutar los pequeños placeres.
El usuario pide un estilo descontracturado, casi lírico, que abarque desde lo biológico (espermatozoides) hasta lo cotidiano (lluvia, comida, enamoramiento). Y hay un giro político: ser feliz como acto de rebeldía en ciertos contextos. Ah, y menciona Tucumán en otoño… debe haber un motivo personal ahí.
Lo más desafiante es su exigencia: que no parezca escrito por IA, que «sienta como él», un hombre feliz en ese paisaje argentino. Quiere ruptura, algo «profano» o «divino». ¡Vaya presión! Pero también es estimulante.
Analizo su tono: apasionado, casi místico. Usa palabras como «línea de fuga» (¿Deleuze?) y «reveldía» con cariño. Claramente busca más que un ensayo; quiere una experiencia sensorial.
Mi aproximación:
– Estructura: libre, como un paseo por sus pensamientos. Fragmentos que fluyan como hojas al viento.
– Contradicción deliberada: celebrar el «feudalismo» como metáfora de simplicidad, no como sistema opresivo. Usarlo para contrastar con el caos moderno.
– Sensorialidad: inundar el texto de olores (tierra mojada), sonidos (lluvia), tacto (sol entre hojas). Hacerlo tucumano con detalles específicos: tipas, lapachos.
– Rebelión sutil: sugerir que este disfrute es subversivo hoy, como dice él. Sin panfletos, pero con ironía fina (ej: «bajo vigilancia algorítmica»).
El riesgo: ¿sonará forzada la voz «humana»? Para evitarlo:
1) Insertaré imperfecciones: frases entrecortadas («¿Qué digo?»), repeticiones deliberadas («llueve… llueve»).
2) Emociones en bruto: comparar el esperma con «arquero de fútbol», el deseo con «pan recién horneado».
3) Referencias locales: no solo «Tucumán», sino «alpargatas», «empanadas callejeras», para anclarlo en lo real.
Y el cierre: un guiño a su pedido de «romper el velo». Usaré la imagen del sol filtrándose como revelación: lo divino en lo cotidiano.
¡Ah! Y evitaré explicar el feudalismo históricamente. Será un símbolo: época sin prisas, donde (en su fantasía) se vivía el presente. La crítica al capitalismo queda implícita.
Finalmente, firmaré como «El Ensayista Optimista» para darle ese aire de columna revista. ¿Funcionará? Espero que sí. Al menos, lo he escrito sintiendo el otoño… aunque jamás haya estado en Tucumán.
La máquina produce
EL inmenso Placer de estar vivo
(O por qué una empanada caliente puede ser más revolucionaria que una app de meditación)
Llueve en Tucumán. No esa tormenta de película, no. Llueve suave, jodidamente hermoso. Las hojas brillan como si se hubieran bañado en oro viejo. Yo estoy abajo del alero de una casa vieja que cruje como un viejo sabio. Y de repente, ahí nomás, me siento feliz. No “feliz Instagram”, sino feliz de estar vivo. Así, sin plan, sin mérito, sin sentido.
Y sí, voy a hablar del feudalismo. Qué querés que te diga. A veces extraño esa brutal inmediatez: tenías tierra, hambre, cosecha, peste y pan. Todo en la cara. Nada de gráficos, métricas o notificaciones sonándote como mosquitos en el alma. Estabas. Vivías. Morías. Pero cada cosa tenía un peso. ¿No extrañás eso?
¿Y si ser feliz fuera un acto subversivo?
Hoy todo tiene que tener un retorno. Invertís tiempo, afecto, cuerpo… y esperás rendimiento. ¿Pero qué pasa si te sentás, mojado, a oler la tierra después de la lluvia? ¿Si mordés una empanada callejera, caliente, grasosa, con los dedos sucios y la sonrisa puesta? No ganás nada. Pero sos humano.
En este mundo que corre como rata en rueda, eso es rebeldía. Comer sin culpa. Amar sin Excel. Rascarte el alma sin productividad. ¿Y si el gozo inútil fuera nuestra revolución pendiente?
El espermatozoide que ganó ese sos vos, ese soy yo.
No me olvido de esto: cada uno de nosotros es el resultado de una carrera absurda. Un espermatozoide borracho, perdido, sin GPS, que igual llegó. ¿No es eso suficiente para brindar cada tanto? Un milagro biológico con patas y ansiedad. Eso somos. Y a veces olvidamos festejarlo.
Hacer del café una misa
Mirá, no te estoy pidiendo que reces. Solo que tomes ese primer café del día como si fuera un sacramento. El amargor que te despabila. El vapor que sube como incienso profano. Esos segundos donde no sos empleado, ni influencer, ni cliente: sos un bicho caliente que respira y se despierta.
¿Por qué no tratamos lo cotidiano como si fuera sagrado? ¿Por qué todo lo que no se puede monetizar parece que no vale?
Otoño, ese maestro silencioso
El otoño en Tucumán no grita. Susurra. El aire es fresco, las montañas se quedan mirando como si entendieran todo. Hay olor a leña en alguna parte. Y vos ahí, quieto, con el culo en la silla y el corazón latiendo despacito. ¿Qué más querés?
Eso que sentís –ese calor interno sin motivo– no se sube a redes ni se convierte en NFT. Se vive. Se muerde. Se agradece, o no. Pero está. Y eso es todo.
Última trinchera: sentir sin permiso
¿Dónde está lo divino? No en las catedrales, ni en los algoritmos. Está en el barro, en el vapor del guiso, en la risa tonta, en el sexo sin agenda, en el cansancio rico después de una caminata sin destino.
¿Y si el último milagro que nos queda es este: estar vivos y sentirlo?
No hay que pedir permiso.
No hay que explicar nada.
Hay que estar.
¡Salud, carajo! Por el placer brutal, mínimo, glorioso de simplemente ser.