por Lucas Gabriel Nagle.
América del Sur se encuentra frente a una de las iniciativas más ambiciosas de su historia reciente: el Corredor Bioceánico. Se trata de una megaobra de infraestructura destinada a conectar los puertos brasileños del océano Atlántico con los puertos chilenos del océano Pacífico, atravesando territorios clave de Paraguay, Argentina y Bolivia. Su promesa es clara: transformar radicalmente la logística regional, reducir costos y tiempos de exportación y dinamizar las economías del corazón continental. Sin embargo, detrás de este gran sueño de integración se esconde una compleja trama de obstáculos políticos, estructurales y sociales que amenazan con frenarlo.
Una Autopista para el desarrollo
El Corredor Bioceánico de Capricornio contempla más de 3900Km de infraestructura vial, ferroviaria y portuaria. Su trazado vincula zonas alejadas y marginadas del Chaco paraguayo, el noroeste argentino, el sur boliviano y el centro-oeste brasileño, facilitando el tránsito hacia los puertos del Pacífico en Chile (Antofagasta, Iquique, Mejillones).
Se estima que, este corredor reducirá más del 30% de los costos logísticos para los exportadores regionales, favoreciendo al comercio exterior.
Pero este megaproyecto es mucho más que asfalto y rieles. Representa una apuesta estratégica por la integración física y económica del subcontinente. En un mundo donde la competitividad global se mide también en términos logísticos, Sudamérica necesita infraestructura que le permita posicionarse como un bloque articulado. El corredor podría ser esa plataforma, integrando cadenas de valor, fomentando exportaciones, generando empleo y reduciendo desigualdades históricas.
Una promesa postergada
Sin embargo, la concreción del Corredor difiere de ser una realidad inmediata. A pesar del entusiasmo inicial y del compromiso de organismos internacionales como el BID (Banco Interamericano de Desarrollo) y la CAF (Banco de Desarrollo de América Latina y el Caribe), el proyecto avanza distintas velocidades según el país involucrado. Brasil y Paraguay han liderado varias etapas, especialmente en la construcción del puente internacional Carmelo Peralta – Puerto Murtinho, ícono de la cooperación bilateral. Bolivia también ha manifestado interés en integrarse plenamente al eje logístico a través del sur de su territorio. En contraste, Argentina ha relegado al proyecto en su agenda de prioridades, y Chile, actor clave por sus puertos exige altos estándares técnicos y ambientales que complejizan los acuerdos.
La falta de coordinación política entre los países es uno de los principales factores que obstaculiza su implementación. Cada gobierno prioriza según sus tiempos y contextos internos. Además, existen diferencias normativas en materia aduanera, sanitarias y técnicas, lo que genera demoras en los cruces fronterizos. A ello se suma la ausencia de una ventanilla única regional y la escasez de marcos jurídicos comunes que den seguridad a los inversores.
Infraestructura deficiente y comunidades excluidas
El estado actual de la infraestructura es desigual. Mientras algunos tramos cuentan con pavimentación de calidad, otros siguen siendo rutas de bajo mantenimiento o ni siquiera existen. La conexión ferroviaria multimodal, clave para bajar costos, aún está desarticulada. Y los pasos fronterizos carecen de instalaciones modernas que agilicen el tránsito.
Por otro lado, las comunidades locales –especialmente pueblos originarios y pequeños productores– han sido históricamente excluidas de los procesos de planificación. Muchos temen ser desplazados de sus tierras sin consulta previa o verse afectado su entorno sin compensaciones adecuadas. En zonas sensibles como el Chaco o la Puna, también se plantean riesgos ambientales, como la fragmentación de ecosistemas de alta biodiversidad.
Una solución integral: Infraestructura y financiamiento
Frente a esta complejidad, distintos estudios coinciden en que el enfoque más viable para facilitar la operatividad del Corredor Bioceánico es priorizar el desarrollo de infraestructura junto al financiamiento adecuado. Esta estrategia implica modernizar rutas existentes, construir nuevas conexiones logísticas y asegurar inversiones que garanticen la continuidad del proyecto.
Además, integrar distintos modos de transporte (camión, tren, barco) permitiría conformar un sistema logístico multimodal de alta eficiencia. Esto no solo reduciría los costos operativos, sino que posicionaría a Sudamérica como un actor más competitivo en el comercio global
El apoyo financiero del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), que recientemente aprobó USD 600.000 para fortalecer la planificación del proyecto, es un paso en esa dirección. A ello deben sumarse alianzas público-privadas, cooperación bilateral y una visión compartida entre los gobiernos.
Gobernanza participativa y sostenibilidad
El éxito del corredor bioceánico dependerá de su capacidad para incorporar la dimensión social y ambiental. Incluir a las comunidades en los procesos de decisión, establecer comités binacionales, respetar los derechos de pueblos originarios y mitigar los impactos ambientales son requisitos obligatorios. Solo con participación real se construirá un proyecto legítimo y sostenible.
En este sentido, el Corredor Bioceánico está alineado con varios Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la Agenda 2030. Entre ellos, el ODS 8 (trabajo decente y crecimiento económico), el ODS 9 (infraestructura e innovación), el ODS 10 (reducción de desigualdades), el ODS 11 (ciudades sostenibles) y el ODS 17 (alianzas para el desarrollo). No se trata solo de una obra vial: es una plataforma de desarrollo.
Una oportunidad que no se puede perder
Si se concreta en los próximos años, el Corredor Bioceánico podría generar un cambio de paradigma para América del Sur. Agilizaría el comercio internacional, integraría zonas alejadas, aumentaría la confianza entre actores públicos y privados y atraería nuevas inversiones. Según estimaciones del plan maestro del proyecto, en un plazo de cinco años podría revertir la marginalidad de grandes regiones del NOA argentino, el Chaco paraguayo y boliviano, y dinamizar las economías regionales.
Pero el tiempo apremia. La competencia global es feroz, y otras rutas comerciales –como el canal seco mexicano o el canal de Panamá– avanzan con mayor agilidad. Sudamérica no puede darse el lujo de seguir perdiendo oportunidades.
Conclusión
El Corredor Bioceánico es mucho más que una infraestructura de transporte. Es una promesa de integración, equidad y crecimiento compartido. Pero para que esa promesa se cumpla, es necesario un esfuerzo coordinado entre gobiernos, empresas, organismos internacionales y comunidades. Voluntad política, inversión estratégica y diálogo social son las claves. Si se logra, América del Sur podrá mirar al futuro no desde sus fragmentos, sino desde su potencial colectivo.
Muy buen texto. Explica de forma clara y completa el potencial transformador del Corredor Bioceánico, destacando tanto sus oportunidades como los desafíos políticos y sociales que enfrenta. Una mirada integral y necesaria sobre un proyecto clave para la región.