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El Nobel de la Paz. El polémico galardón del 2025: ¿Trump o Albanese?

Publicado el

Por Maria José Mazzocato. 

La verdadera paz no es simplemente la ausencia de tensión, es la presencia de justicia.
Martin Luther King

Cada año, el Premio Nobel de la Paz promete revelar al mundo quién merece ser llamado arquitecto de armonía en un planeta en guerra. Pero este 2025, los nominados reavivan una de las preguntas más perturbadoras que podemos hacernos, ¿quién merece la paz? ¿El que denuncia las heridas o el que maquilla los escombros?

Entre los candidatos destacan dos nombres que dividen al globo como pocas veces antes, Donald Trump, actual presidente de los Estados Unidos, y Francesca Albanese, relatora especial de la ONU para los Territorios Palestinos Ocupados. ¿Qué tienen en común? Nada, salvo que ambos encarnan visiones radicalmente opuestas del conflicto, la justicia y la paz.

A Trump lo respaldan sus defensores con un argumento concreto: los Acuerdos de Abraham, negociaciones que durante su presidencia lograron normalizar relaciones diplomáticas entre Israel y varios países árabes —Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Sudán y Marruecos—, mejorando el diálogo y el comercio. Para muchos, un hito histórico que rompió décadas de estancamiento en Medio Oriente. Para otros, un acto de utilitarismo político que ignoró el núcleo real del conflicto palestino-israelí. Trump ha sido nominado en años anteriores, y ha convertido esa candidatura en herramienta de campaña y auto-legitimación.

Del otro lado, Francesca Albanese ha puesto el foco donde pocos se atreven, los derechos humanos del pueblo palestino. Desde su rol en la ONU, ha denunciado lo que considera crímenes de “apartheid militar”, limpieza étnica y ocupación sistemática. Sus informes son tan rigurosos como explosivos. Y por eso mismo, ha sido acusada de antisemitismo, parcialidad y extremismo.

Entonces, ¿qué es más pacificador? ¿Denunciar estructuras de opresión aunque incomode a las potencias, o negociar acuerdos sin resolver los dolores profundos de un pueblo? Albanese representa la voz de quienes no tienen voz. Pero, al igual que Trump, a ojos de muchos también representa un discurso unilateral, que no siempre contempla la complejidad del conflicto y termina radicalizando posiciones.

Así están las cosas. Ellos son, hoy, los candidatos más representativos al Nobel de la Paz. Y digo «nuestros» porque encarnan el espejo de lo que el mundo entiende —o quiere entender— por justicia y por paz. Pero tal vez la pregunta no sea quién debe ganarlo, sino qué se premia realmente con este galardón. Porque el Nobel de la Paz nació con una promesa: reconocer a quienes promuevan la fraternidad entre las naciones, la reducción de los ejércitos y la celebración de congresos de paz. Pero la historia de sus ganadores muestra otra cosa.

Henry Kissinger lo recibió en 1973 mientras bombardeaba Camboya. Barack Obama lo aceptó en 2009… semanas antes de intensificar las operaciones militares en Afganistán. Y la líder birmana Aung San Suu Kyi, símbolo de resistencia pacífica, fue luego señalada por su silencio ante el genocidio Rohingya. El Nobel de la Paz nunca fue inocente. Siempre fue un galardón controversial. Y quizá por eso mismo, su poder simbólico se mantiene, porque más que premiar, provoca; y más que cerrar debates, los abre con violencia.

Aquí emerge la gran pregunta: ¿qué significa hoy “hacer méritos” para recibir el Nobel de la Paz? ¿Firmar tratados? ¿Defender derechos humanos? ¿Callar para mantener la estabilidad? ¿Gritar cuando todos eligen el silencio?

Esther Barbé nos recuerda que la paz no es la ausencia de guerra, sino la presencia de instituciones justas. Rafael Calduch advierte que el orden mundial no se rige por la moral, sino por la estabilidad estratégica. Y Nietzsche, desde la filosofía, lanza una verdad brutal: la paz es solo la tregua entre dos violencias. Para él, la tranquilidad y la armonía eran síntomas de decadencia; la verdadera grandeza humana surgía del conflicto, no de la pasividad.

Albert Camus, en cambio, proponía otra cosa. Para él, la paz verdadera es una forma de rebelión ética: una respuesta consciente ante el absurdo del sufrimiento humano. No es un estado exterior, sino una elección interior. La paz no se firma, se construye. No se regala, se ejerce.

Los estoicos, desde Séneca hasta Marco Aurelio, sostenían que la verdadera paz no depende del mundo, sino de nuestra conciencia. Entonces, ¿y si tuviéramos que dejar de buscar pacificadores en la ONU o en Washington y empezar a construirlos dentro de nosotros mismos?

Trump simboliza el poder duro que logra resultados diplomáticos a cualquier costo. Albanese, en cambio, representa la ética radical de los derechos humanos, aunque eso implique romper consensos y desafiar el orden occidental. Ninguno es perfecto. Ambos incomodan. Y desde lugares opuestos, revelan una verdad incómoda: la paz no es un terreno neutral. Es un eterno campo de batalla simbólica.

El Nobel, como la paz, ya no puede ser entregado sin una pregunta de fondo, ¿a qué tipo de pacificador queremos aplaudir? ¿Al que pone parches o al que destapa las heridas? ¿Y cuánto estamos dispuestos a tolerar para que haya paz? ¿Olvido? ¿Renuncia? ¿Hipocresía?

Si la paz es una construcción colectiva —si es un estado de la conciencia, como proponen Barbé, Camus o los estoicos— entonces cada sociedad debe preguntarse lo mismo: ¿queremos una paz funcional o una paz justa? ¿Una paz cómoda o una paz verdadera?

El Nobel de la Paz no es solo un premio. Es un espejo del mundo que hoy somos. Puede ser juicio moral, puede ser farsa. Pero también, puede ser una oportunidad para redefinir qué mundo queremos construir.

Hoy, ese espejo nos devuelve dos caminos posibles, el pragmatismo del poder y la ética de la resistencia radical. Ninguno es fácil. Ninguno está libre de manchas. Pero ambos nos obligan a elegir. Y ahí está, quizás, el verdadero valor del Nobel de la Paz: no en premiar al pacificador perfecto, sino en obligarnos a decidir qué tipo de paz estamos dispuestos a defender.

Y vos, ¿quién creés que debe ganar el galardón más controversial del 2025?

5 COMENTARIOS

  1. Me quedo con lo último: que tipo de paz queremos defender.
    Muy buena reflexión Majo!

    Al final Bob Dylan tenía razón. Cuando fue premiado al premio Nobel de literatura sin siquiera haber escrito un libro, quedó en la historia por ser el único en no asistir a la premiacion.

  2. Como siempre, muy buen análisis Majo, te felicito. Y creo que después de leer esto, estaría bueno analizar cuanto prestigio da ese premio o si es un galardón más como tantos otros de cotillón. Creo humildemente que ahí está el meollo de la cuestión.

  3. Excelente artículo. Hay premios que se crearon con un objetivo y luego fueron utilizados con otros fines. El Nobel no esta exento de esta lógica.
    Gracias por la entrevista de ayer

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