por Nicolás Gómez Anfuso.
Por primera vez, el peso tiene precio
En toda la historia económica argentina, el tipo de cambio fue un precio político. Hoy, por primera vez, flota libremente. No lo impone una ley, no lo manipula el Banco Central, no lo determina un funcionario ni se define en una mesa del poder. Por primera vez, el precio del dólar en la Argentina es el resultado puro de la oferta y la demanda del sector privado.
Veamos el recorrido:
Con Frondizi, el dólar no flotó: el IAPI (creado en el peronismo pero sostenido por los desarrollistas) mantenía el control del comercio exterior. La intervención estatal era estructural.
Con Menem, el precio estaba fijado por ley. La Convertibilidad eliminó la incertidumbre, pero no fue libre mercado: fue ancla jurídica.
Con Macri, aunque formalmente flotaba, el Tesoro nacional inyectaba dólares de la deuda externa para contener la cotización. Se trató de una flotación intervenida, con esteroides financieros.
En todos los demás períodos —peronistas, radicales, militares— el dólar estuvo directamente regulado o restringido por mecanismos de control de cambios, eufemísticamente conocidos como «cepos».
Durante décadas, el tipo de cambio fue utilizado como herramienta electoral, ancla inflacionaria o mecanismo de represión financiera. El resultado fue siempre el mismo: distorsión de precios relativos, destrucción del ahorro, y generación de mercados paralelos.
Hoy, en cambio, el precio del dólar refleja exclusivamente:
100% oferta privada de divisas
100% demanda privada de divisas
El Estado, por primera vez, no interviene ni por el lado de la oferta ni por el lado de la demanda. No fija el precio, no impone cupos, no determina ganadores ni perdedores. El dólar dejó de ser un instrumento de dominación política y pasó a ser lo que debe ser: un precio más de la economía.
Y esta es la verdadera novedad: el peso argentino, por primera vez en la historia, tiene un precio de mercado.
El fin del dólar político
Durante más de siete décadas, el tipo de cambio fue el corazón del modelo de dominación económica argentina. Controlar el precio del dólar significó, en los hechos, controlar toda la estructura productiva, el patrón de acumulación, el flujo comercial y la asignación de poder entre sectores. El “modelo argentino” no fue ni peronista ni liberal, ni militar ni democrático: fue un modelo de administración política del tipo de cambio. Todo lo demás fue decorado ideológico.
El dólar barato permitió importar bienes de capital para la industria protegida, pero también masificar el consumo con salario artificialmente valorizado. El dólar caro licuó pasivos, destruyó importaciones y subsidió exportadores. En todos los casos, el tipo de cambio funcionó como un dispositivo de ingeniería social, más que como un precio económico.
La novedad del presente —que el dólar flote sin intervención estatal— es más que una medida de política monetaria: es una ruptura ontológica con el orden económico argentino del siglo XX. Y esa ruptura redefine todo.
El regreso de los precios relativos
Si el dólar tiene precio, entonces el peso también lo tiene. Y si el peso tiene precio, el salario, los bienes, los servicios, el crédito, la energía y la tierra también lo tienen. En otras palabras: la economía se reordena bajo criterios de escasez y preferencia temporal, no bajo criterios de ingeniería centralizada.
Esto implica consecuencias inmediatas:
- Las exportaciones compiten en precio real, no en beneficios fiscales ni privilegios cambiarios.
- Las importaciones ya no se frenan por “licencias” o cupos, sino por la restricción genuina de divisas.
- Los salarios reales no son decididos en una paritaria intervenida, sino determinados por productividad, margen y mercado.
- Las tasas de interés dejan de ser números arbitrarios para bancar modelos fracasados, y pasan a coordinar ahorro e inversión.
Este es el dato brutal del presente: el mercado volvió a operar como ordenador social, luego de décadas de represión de precios.
Un orden incómodo, pero real
No se trata de idealizar. El mercado es implacable: no pregunta por intenciones, méritos ni derechos adquiridos. Simplemente asigna. Esta nueva etapa dejará ganadores y perdedores. Pero lo importante no es quién gana hoy, sino que la estructura de incentivos cambia de raíz.
Por eso, quienes más resisten esta transición no son los pobres, sino los sectores empresariales, sindicales y políticos que vivieron décadas enchufados al poder discrecional del Estado. El dólar político garantizaba rentas, privilegios y estabilidad para minorías bien conectadas. El dólar de mercado expone, transparenta y disciplina.
Un país sin anestesia
El dólar ya no es ancla, ni escudo, ni anzuelo electoral. Es un precio. Y como todo precio, informa. Informa cuánto vale el peso, cuánto confía el mundo en nosotros, y cuánto estamos dispuestos a hacer para dejar de vivir del privilegio y volver a vivir del trabajo.
El cambio es irreversible. Porque más allá de cualquier gobierno, una vez que el mercado habla, el ruido de la política ya no lo puede tapar.