InicioCulturaMARGA FUENTES, UNA DE LAS HACEDORAS DE LA ETERNIDAD

MARGA FUENTES, UNA DE LAS HACEDORAS DE LA ETERNIDAD

Publicado el

por Daniel Posse.

El ojo, los ojos, la mirada, el instante justo para hacer click, que ilumina una parte de la historia y del mundo.

La tarde se vuelve lánguida, la siesta muere descalza, y la videollamada nos enfrenta cara a cara. Flores Sur y Barrio Sur se conectan, S.M.T. se enlaza con este barrio de Buenos Aires, que antes de barrio fue pueblo. Ella me mira con sus ojos oscuros, pestañea, hace silencios imprevistos y las palabras emergen, respondiendo, como si nada fuera esencial y, al mismo tiempo, sí lo fuera.

D.P. — ¿Qué creés que Marga Fuentes puede decir de Marga Fuentes?
M.F. — ¿Qué puede decir Marga Fuentes de Marga Fuentes…? ¡Que es muy afortunada! Muy afortunada porque vive de lo que le gusta, algo un tanto difícil pero no imposible en este país. Ahora me dedico a la docencia, pero en particular he dedicado 30 años o más a la fotografía de las artes, porque siempre estuve relacionada con las artes escénicas, las artes visuales, la música.
Afortunada por tener la familia que formamos con Gustavo Esquinazi (guitarrista, escritor y compositor), de la cual nacieron Humberto y Milagros, mi hijo músico y ella bailarina. Por la cantidad de personas valiosas con las que me relacionó la fotografía, entre ellas vos… eso puede decir Marga de Margarita Rosa, como me llamaba mi padre.

D.P. — Vamos hacia la memoria. ¿Cómo fue esa niñez y ese descubrir que el arte era un camino posible?
M.F. — Mi niñez fue algo particular porque vengo de una familia humilde (hoy la llamarían de pocos recursos), de trabajadores que nunca dudaron y nos dieron la posibilidad de educarnos, pero no solo en educación formal. Mi hermana Anastasia y yo pudimos estudiar danzas españolas. Mi mamá, “la Mayi”, nos hacía los trajes y nos acompañaba siempre. Solo pude recibirme de maestra elemental de danzas a los 15 años; para el título que seguía había que invertir mucho dinero y las posibilidades en ese momento no lo permitieron. Recuerdo que a mi mamá un día se le ocurrió que debía estudiar piano… ingenua… yo al pentagrama no le entendí nunca, y ahora vivo con una familia en donde todos los hombres son músicos.
Mi padre, Hildeberto Amaro, de cuna riojano no reconocido por su padre, venía de una familia muy pobre. Cuando niño vendía diarios; ya más grande se fue a trabajar a Buenos Aires… no sé si colado en un tren. Trabajó de mozo allí y a donde la temporada lo llevara. Luego ambos se dedicaron a la gastronomía, pusieron un negocio con el cual pudieron darnos la posibilidad de ser, a mí y a mis hermanos.
Bailaban muy bien el tango, y creo que era el tango el único momento en el cual realmente se entendían.

Mi papá en particular tenía un vuelo muy especial. Él fue quien me llevó por primera vez al teatro a escuchar la Orquesta Sinfónica de la Provincia. Me llevaba a la plaza a escuchar la orquesta de la municipalidad. Muy preocupado él por que sepamos manejarnos en la ciudad, nos sacaba a pasear y nos enseñaba el nombre de las calles. Nos decía quiénes eran esas personas que estaban en los carteles indicadores de cada calle. Y si no lo sabía, volvía a casa y buscaba en el diccionario quién era… el diccionario estaba siempre a mano en casa, y él lo leía asiduamente. Subí por primera vez a un ascensor de su mano, en la Caja Popular de Ahorros. Me acuerdo: él quería que sepamos desenvolvernos en la ciudad. En las fiestas él recitaba; me acuerdo cuánto énfasis le ponía y cómo lo aplaudían.

Mi papá —y calculo que el universo— son los responsables de que la fotografía ocupe hoy mi cabeza todo el día, todos los días. Tendría unos 70 años cuando se fue a Estados Unidos para trabajar de maître en un restaurante de comida italiana (para entonces mi viejo ya hablaba inglés y también italiano). Cuando estaba por volver me preguntó qué quería de regalo, y yo le dije una cámara de fotos, pero nunca me imaginé que me iba a traer una réflex, que es una cámara que ya implicaba que por lo menos leyera el manual.

D.P. — ¿En qué momento descubrís que la fotografía era una disciplina que te apasionaba?
M.F. — Yo siempre digo que la fotografía me ha elegido a mí, porque primero elegí estudiar física y no me gustó. Luego elegí estudiar arquitectura. Hice una carrera hermosa hasta sexto, pero por una materia de tercero que no podía aprobar me bajoneé un poco. Fue en ese momento que aparece la Pentax K1000 y me dije: basta de tristeza… basta de bajón. Y me inscribí para estudiar fotografía. Me enganché de tal manera que hasta el día de hoy es mi pasión. Esto lo transmito a mis alumnos y a la gente que se me cruza en el camino. El otro día, en la casa de una alumna (siempre tengo la suerte de que me invitan a sus casas a compartir), llegan dos hermanitos, ambos con un celular en la mano. Apenas saludaron y siguieron prendidos a la pantalla. Cuando vi esa escena, les dije: dejen eso ahí y vengan a conversar con nosotros. Entonces le puse la cámara en la mano a uno de ellos y le empecé a enseñar cómo usarla, cómo sostenerla, y se enganchó de tal manera que, al ver eso, la tía le trajo otra cámara de fotos un poco más simple, más liviana, y se la regaló. Él se puso el bolsito cruzado en el cuerpo y dijo: “Tía, mañana vamos a hacer fotos”. No saben lo feliz que me hizo abrirle la puerta, quizás, a su futuro como fotógrafo.

D.P. — Haber transitado por el estudio de la arquitectura, más allá de las frustraciones, ¿vos creés que ese tránsito y conocimiento te dieron destrezas en el arte de la fotografía?
M.F. — Yo creo que la arquitectura me dio todas las herramientas para poder dedicarme luego a la fotografía. De hecho, hay varios fotógrafos tucumanos que además son arquitectos. La formación cultural, la formación en cuanto a la imagen, el espacio, la perspectiva, el punto de vista, el ángulo de toma, el uso del color, las proporciones… todo lo que yo aprendí en la facultad fueron herramientas que aplico en la producción de las imágenes. Lograr el equilibrio para buscar ese punto de vista adecuado para tal o cual foto.

D.P. — ¿Cómo hacés para elegir el instante justo, el momento exacto para eternizar en el click?
M.F. — Bueno, para mí el instante decisivo, como decía Henri Cartier-Bresson, lo percibo. Vas siguiendo el discurso, la trama de lo que es la obra. Me detengo en esos momentos que emocionan, que no solo emocionan al público sino que están dentro del personaje y su emoción. Por eso es que el público se emociona también. Cuando ha pasado ese momento, la foto adquiere otros sentidos. Muchas veces me dicen, me repasan el texto cuando ven la foto, porque encuentran allí, en ese instante, un sentido aún más visceral. Encuentran cuál es el momento —por la gestualidad o por el instante en sí mismo, por dónde están ubicados en la escena—, el texto que se estaba diciendo en ese momento y no en la obra. Pero para mí es fundamental la emoción. Y no solo en el teatro o en la danza, sino también cuando la bailarina sale del personaje, cuando la bailarina no está más pendiente de la técnica y siente que es Julieta. Eso se nota. Para mí es muy importante estudiar todas esas gestualidades escénicas, para que luego en la fotografía queden registradas. Quizás es una pretensión enorme, pero siento que grabo ese instante para alguna forma de eternidad.

D.P. — Nos sumerjamos en el territorio de la memoria. ¿Cuál fue el primer aliento real que sentiste al incursionar en la fotografía y por qué?
M.F. — Si tengo que analizar, es muy atrás. Es una foto que hice cuando era estudiante de arquitectura. Recuerdo que estábamos en Mar del Plata, en un Congreso de Conservación de Patrimonio Arquitectónico, en el Hotel Provincial, cerca del monumento de los lobos marinos. Con mis compañeros nos quedamos a ver el amanecer; cómo nos íbamos a perder ese espectáculo. Yo había llevado la Kodak Fiesta, la cámara de mi familia. Esperé el momento en el que pude ponerle el sol en la punta de la nariz a uno de los lobos. Cuando mandé a copiar y la vi, me dije: “Mirá vos qué buena idea”. Siempre rescato lo que es la idea en la fotografía. También encuentro mucha teatralidad. Recuerdo que recorría los patios de la facultad y encontraba esculturas en medio de los yuyos, restos que va dejando la vegetación sobre ellos. Allí me daba cuenta de que siempre estaba buscando la emoción y el hacer pensar.

Algo que influyó mucho en mí fue compartir con grandes artistas que eran docentes en la FAUNT. Para sustentar la carrera, hacía reproducciones de obras de arte. Las conversaciones que tuve con esos artistas, foto de por medio, fueron muy valiosas. Entre escuchar sus historias de vida y consejos, más y más sentía que aprendía.

Esto me ayudó a buscar el concepto en las obras de teatro, no solo registrar lo que estaba pasando, sino poder usar eso que estaba pasando y generar otro texto: el mío. He sido muy afortunada porque conocí al maestro Linares. Me relacioné mucho con Roberto Koch, Lía Rojas Paz, Dedé Chambeau. Hice las fotos de Tenor Grasso. Allí conocí a Jorge Lobato, a Rodolfo Bulacio, a Rolo Juárez, a Geli González, a Jorge Gutiérrez, a Marcos Figueroa, a Carlota Beltrame, a bailarines/as, y a actrices y actores que trabajaron juntos en este gran evento que todavía resuena en las aulas de la FAUNT.

Lo fundamental fue conocer a la maestra creadora de la carrera de danza contemporánea, Elba Castría, que me impulsó mucho cuando era estudiante. Y conocerte a vos, cuando eras estudiante y percibiste que lo que hacía era valioso y me promocionabas a los cuatro vientos… gracias, gracias, gracias. De hecho, obtuve mi primer premio Spilimbergo, en blanco y negro, gracias a un retrato que hicimos juntos en la antigua sala Paul Groussac.

D.P. — Hablemos de tus referentes. ¿Quiénes fueron y por qué creés que lo fueron?
M.F. — Tuve la suerte, cuando estudiábamos fotografía, de ser parte de la fundación del Tucumán Foto Club junto al profesor Fernando Rubio y mis compañeros. Esto nos llevó a Buenos Aires; nos conectamos con fotógrafos que además invitamos a Tucumán para que nos dieran cursos a cambio de organizarles una exposición. Tuve el honor de conocer a Feliciano Jeanmart, Luis Morilla, Marcos López, Jorge Mónaco. Tucumanos de los que podía nutrirme: a Julio Pantoja, Hugo Heredia, Cuwui García. Pero a quien yo admiraba era a Julie Weis. Tuve el placer de poder conocerla personalmente y llevarle fotos para que me diera su opinión… ella me dio el ok y yo volví a Tucumán segura de que podía dedicarme a la fotografía teatral. No sé por qué siempre necesitamos que alguien nos lo diga, jajaja.

D.P. — En esos inicios, en esa búsqueda que tuviste, ¿cómo se fue perfilando el arte y el oficio de la profesión de fotógrafa?
M.F. — El comienzo fue así como te cuento. La decisión la tomé cuando fui a rendir una materia de tercero de arquitectura y desaprobé. Esto me cortó prácticamente la carrera y no podía avanzar. Así que me fui a hacer la cola para inscribirme en la Facultad de Artes. Indecisa, salía de la cola y volvía a entrar para dejar mis datos y anotarme. Yo sabía, intuía, que algo iba a pasar con esto… ¡y así fue! Me inscribí y cursé los tres años. Me recibí meses antes de que naciera mi primer hijo, Humberto. En el año 97 rendí la última materia de lo que era el Curso de Fotografía, lo que ahora es una Tecnicatura y pronto será una Licenciatura. La fotografía se quedó para siempre conmigo. Toda mi carrera la desarrollé acá en Tucumán como fotógrafa de espectáculos y no he parado hasta el día de hoy.

D.P. — Lograste conjugar tu camino entre la docencia y la fotografía. ¿Qué nos podés contar de ese rol y de esos territorios?
M.F. — Bueno, la docencia llegó a mi vida quizás un poquito tarde para mi gusto, porque recién pude concursar en el año 2011. Asumí mi cargo en el año 2012. Me hubiera gustado empezar un poquito más joven y así poder jubilarme como docente universitaria. Pero bueno, así se dio. La enseñanza la vengo desarrollando con mucho placer. Respeto mucho a los estudiantes comprometidos con el aprendizaje. Desde el primer día los invito a investigar, a dudar y a experimentar. Le di un toque diferente a la materia: no solamente les enseñamos el manejo de la cámara, sino que también les doy algunas pistas —no decirles lo que tienen que hacer, sino cómo deben producir fotografías valiosas que les sirvan como carta de presentación. Los incentivo a participar de concursos, festivales, etc. Siento que soy afortunada por haber podido concursar el cargo y haber entrado a la carrera docente por la puerta grande.

D.P. — Vamos a esa porción del continente del arte que elegiste como foco de tu trabajo. ¿Cuándo decidiste ser el ojo escénico y por qué? Especializarte en registrar las escenas en el teatro, ¿qué satisfacciones te trajo y qué frustraciones?
M.F. — Yo digo que la fotografía teatral me eligió, porque todo fue una serie de casualidades —o causalidades. Estudié en la Facultad de Artes de la UNT, donde está la carrera de teatro. Comencé a fotografiar los ensayos de las obras que producían los mismos estudiantes para rendir sus materias finales. Esos estudiantes habían formado grupos con los cuales presentaban obras en salas independientes. Salas muy limitadas en esos momentos en cuanto a equipamiento y, sobre todo, en la iluminación —cuestión que, para lograr un buen resultado, no es lo más conveniente. Me daba maña, y con la ayuda del laboratorista, el Ing. Gómez Guchea, investigamos cómo revelar la película forzada en el minilab para poder lograrlo. El “sí” de Julie Weisz, en su momento, me animó a dedicarle casi todo mi tiempo a la fotografía teatral.
Empecé haciendo fotos en el taller de Raúl Reyes (con él hice un taller donde me di cuenta de que me gustaba más ser espectadora que estar sobre el escenario). Después trabajé con Víctor Cortés. Recuerdo que me presenté como estudiante en el teatro y le pedí permiso para hacer fotos de una obra que estaba dirigiendo en ese momento. Y él me dijo que sí, pero con la condición de que le mostrara el material. Cuando lo vio, le encantó.
La productora de otra obra que él dirigió me recomendó con Ricardo Salim, que dirige la Fundación Teatro Universitario, y a partir de ahí nunca más paré. Prácticamente vivía en el teatro: viernes, sábados, domingos y feriados.
Mi marido me colaboraba mucho, porque en esos momentos ya tenía dos hijos: Humberto nació primero y Milagros dos años después. Sin su colaboración no hubiera podido hacer ni la mitad de lo que hice. No solo me ayudó con los hijos, sino también en el armado de las muestras, en la escritura para algún catálogo, en llevarme y traerme del teatro.

Considero muy importante la fotografía para la memoria del teatro tucumano. Guardarla para que pueda consultarse, para que se pueda estudiar en base a esos materiales, porque si no, solamente quedan en la memoria de los espectadores —y tener la suerte de que lo comenten o escriban al respecto. El archivo es material de consulta. Lo consultan estudiantes y egresados de la carrera de teatro cuando tienen que hacer sus tesis, escribir artículos, etc.

En el archivo pueden encontrar las obras del teatro y las funciones del ballet, de los elencos estables de la provincia, también las del teatro independiente. También reproducciones de las obras de artistas plásticos tucumanos desde el año 94 hasta hoy.

Con mis estudiantes hago un trabajo inter-cátedra con la materia Vocal, a cargo de Silvia Quirico. Los alumnos aprenden a hacer todo el trabajo que implica la fotografía teatral: aprenden de dirección, iluminación y todo lo que respecta al espacio escénico. Hacen las fotos que son necesarias para la difusión de la obra, para la cartelera. Es muy rico el trabajo que hacemos, siempre con la premisa de que lo importante es lo que pasa en la escena. Vestidos de ropa oscura, respetar los silencios, no cruzarse delante de los espectadores, etc.

D.P. — Poseés una habilidad única en captar la magia y el movimiento, y se ve en tus fotografías de danza. ¿Fue algo buscado y qué se siente al hacerlo?
M.F. — Bailar no era algo extraño para mí, pero necesitaba saber más, porque ambas disciplinas tienen como base la danza clásica, pero son distintas. Esto lo vivencié en mi propio cuerpo, tomando clases con grandes bailarinas como Nerina García Fernández y Alejandra Martínez. No se puede fotografiar lo que no se conoce. Hay que empaparse mínimamente sobre el tema. Particularmente, me atrae mucho más fotografiar la danza contemporánea y la danza-teatro, porque no es tan rigurosa. La danza clásica es rigurosa en sí misma y, por ende, también lo es la fotografía. No puedo dejar de nombrarla Beatriz Labatte gran maestra de danza contemporanea me acompaño y apoyó mucho en mi crecimiento como fotógrafa. En la presentacion de una de mis muestra comenzó diciendo:»Esos mundos que con los ojos abres»… parafraseando a Miguel Hernandez. Ella espera ansiosa que le llevara el material revelado y me decia que yo le devolvía sobre su obra nuevas miradas. Guardo en mi archivo sus trabajos como si fueran un tesoro.Esos mundos que con los ojos abres…

D.P. — ¿Qué opinás de los egos en tu profesión? ¿Cómo domás el tuyo y por dónde pasa el mismo?
M.F. — Creo que la fotografía digital terminó con eso… ahora cualquier persona puede lograr hacer una buena fotografía conociendo solamente el manejo de la cámara y unas cuantas herramientas de un programa de edición. Antes se necesitaban ciertos conocimientos y destrezas para lograr una buena foto, entonces había mucha competencia entre pares. Creo que ahora hay mucha más transmisión de conocimiento, ya no hay tantos secretos. Al menos eso les transmito a los alumnos: que el sol sale para todos. Que cuando entren a un teatro saluden al colega y no lo vean como un rival… nadie hace la misma foto, y elegirán la mejor.
Si mi ego está, la verdad que no me doy cuenta. Solo sé hacer, y siempre busco hacerlo mejor.

D.P. — Con los años que llevás en tu carrera, ¿cómo ves a las nuevas generaciones de profesionales de la fotografía?
M.F. — Me encantan los alumnos de estos momentos porque no se conforman. Estamos viviendo varios cambios en cuanto a herramientas para producir imágenes… yo no les cerceno ninguna, aunque no me convencen del todo, como la IA. Pero la premura con la que mal vivimos nuestras vidas hace que la IA colabore, quizás, justamente en eso: tener más tiempo para disfrutar del sol. Por ese lado, lo veo positivo.

D.P. — Sos docente universitaria en la carrera de fotografía. ¿Cómo ves que funciona la carrera, y cuáles son las dificultades que percibís en cuanto a la misma?
M.F. — En breve saldrá una licenciatura, que desconozco qué materias se agregaron… armaron una comisión fuera de la que ya habíamos formado hace unos años atrás, pero no nos convocaron. La mayor dificultad que veo en la UNT, en general, es la política y su manejo por conveniencia para algunos… si estás conmigo te doy, y si no estás, no te doy nada. No preguntan a los que estamos del otro lado qué pasa… ¿por qué estamos en desacuerdo? En estos momentos algo ha mejorado la comunicación en la facultad. Lo que no mejora es la comunicación entre pares, a veces de una misma carrera. Otro aspecto negativo es la falta de equipamiento, de docentes suficientes para la cantidad de alumnos que se inscriben. No existen cátedras conformadas por todos los estamentos.
Recién este año tenemos un ascensor, cuando hace 12 años ya se planteaba el tema de la inclusión de personas con discapacidad, en una charla a la que supe asistir porque me preocupaba el tema.

D.P. — ¿Cómo y qué propondrías para superar esos obstáculos?
M.F. — En algún momento nos propusimos con un compañero docente de la carrera de Diseño, el Arq. Ramos —él como decano y yo como vicedecana—, y escribí al respecto. Pero, básicamente: mejorar la comunicación, el trabajo conjunto entre cátedras, el respeto entre pares. Reunirnos al menos una vez cada dos meses para tratar temas académicos compartidos y llevar a cabo tareas en equipo. Queríamos remarcar que no hay una carrera más importante que otra. Visibilizar lo que producimos.
Elegimos estudiar arte y no medicina, pero solo se acuerdan de nosotros cuando hay algún acto para acompañar alguna palabra que pasa desapercibida. En este período vi que el rectorado dirigía su mirada hacia nosotros, siempre con un interés político, no de valoración hacia los docentes. Hacer currículum no es mejorar las condiciones de la enseñanza. Nuestros sueldos son paupérrimos, y eso atenta contra el perfeccionamiento, quedando reducidos a posibles cursos gratuitos online. Nunca existe la posibilidad de asistir a congresos, porque para eso no hay presupuesto.

D.P. — En cuanto a la arquitectura, lograste terminar esa asignatura pendiente. ¿Qué se siente y adónde te encaminás en esa profesión?
M.F. — Antes de recibirme sentía que nunca me alcanzaba el tiempo… claro, para estudiar. Cuando decidí terminar, fue un año antes de la pandemia que enfrenté la materia que me hizo abandonar la carrera. Materia que se había convertido en dos en el nuevo plan de estudios. Durante el primer año de encierro comencé el proyecto final. Fue maravilloso volver a estudiar con esta edad y con todo lo vivido. Pensé que me costaría diseñar después de tanto tiempo sin hacerlo —referido a la arquitectura—, pero estaba todo ahí, encapsulado. Solo había que abrir la cápsula. Las materias que me quedaban por rendir, entre ellas Legal, me hicieron amar aún más la profesión. No sé si voy a ver alguna obra diseñada y dirigida por mí antes de partir de este mundo… pero sí sé que puedo hacerlo.

D.P. — En cuanto a tus asignaturas pendientes que te quedan, en ese campo, ¿cuáles son?
M.F. — Creo que puedo aportar muchísimo en cuanto a la gestión cultural, cuyo objetivo, para mí, es fundamental: la enseñanza, el rescate, la conservación y la visibilización de la fotografía.
Me convocaron como jurado en el Colegio de Arquitectos para un concurso y decidí asociarme. Quizás desde allí pueda aportar algo.
Ya estoy un poco tarde para concursar en la FAUNT, pero me hubiera gustado hacerlo en las cátedras de Historia de la Arquitectura o Legislación de Obra.

D.P. — Estuviste en una muestra en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires sobre Rodo Bulacio. ¿Nos contás por qué y qué significó para vos?
M.F. — Para quien fue muy importante fue para Porota, la mamá de Rodolfo. Que pusieran en valor la obra de su hijo, y que fueran mis fotografías instrumento para que eso suceda, corroboró lo que fue mi propósito: guardar el documento para cuando sea necesario.

D.P. — Hace un par de meses hiciste una muestra en el Museo Padilla sobre la danza. ¿Cómo fue ese proceso? ¿Cuáles fueron los resultados de la misma?
M.F. — Hice esa muestra, Deseodanza, a modo de despedida de exponer individualmente. Y lo quería hacer con fotos de danza, porque había expuesto más veces fotografía teatral. Pero, como ando leyendo mucho a un escritor que ahora mismo me está entrevistando, supe que era necesario convocar para que escribiera sobre cada fotografía, y así lo hizo: escribió poemas maravillosos. Espero que pronto se materialice el libro.
El otro objetivo de la muestra fue visibilizar la actividad de fotógrafas tucumanas, estudiantes y egresadas de la T.U.F., que hacen fotografía de espectáculos, mediante un rico conversatorio en el patio maravilloso de esa casa que se salvó de la picota.
El evento lo organizó Punctum (grupo de alumnos, egresados y docentes de la FAUNT, del cual formo parte), junto con el Museo Casa Padilla, por iniciativa de María Inés Yufra, ex bailarina del Ballet Clásico de la Provincia.

D.P. — ¿Qué nos depara a futuro inmediato el trabajo de Marga Fuentes?
M.F. — En un futuro no tan mediato —porque todavía tengo tres años más en la UNT—, es escribir un par de libros… creo que deberían ser tres, y reorganizar el archivo. Terminar de escanear y editar lo que tengo en negativos para publicar en la red de forma organizada.
Si mirás dentro mío, me gustaría hacer el doctorado en Arquitectura… ¡veremos!
Y… si mirás mucho más adentro mío: quiero un terreno en San Pedro de Colalao, una huerta, un gallinero… una mecedora y muchos ovillos de lana para tejer hasta el atardecer.

La videollamada se esfuma, con un saludo simple, un encuentro de miradas. Pero siento —y creo que es mutua— la sensación de que el próximo encuentro será con un mate de por medio.

 

 

28 COMENTARIOS

  1. En las entrevistas, noto la gran influencia que tuvieron mis padres, de quienes renegaba antes. Reitero mi gratitud por mi buena fortuna. Gracias, Daniel Posse y Fuga, por registrar mi testimonio de vida para la posteridad. Y a mi familia por entender mis tiempos de no estar en casa.

  2. Muy hermosa la entrevista,, un ejemplo a seguir. El trabajo muchas veces es un tirano que nos quita tiempo. Familia y la vida….Un fuerte abrazo Daniel .

  3. Tremenda entrevista que nos permite conocer con más profundidad a esta gran artista de la fotografía. Felicidades al entrevistador y la entrevistada.

  4. Me encantó la entrevista, muy interesante y conecta con esa parte que tenemos al querer guardar un momento, un instante de nuestra vida y lo que presenciamos a través de una fotografía. Me agrado que de manera profesional y a través de la experiencia nos diga que no solo es una imagen, es un mundo, una historia, un recuerdo.
    Gracias por compartir, saludos y bendiciones desde México

  5. Cómo siempre impecable tu entrevista y la entrevistada me hizo reflexionar sobre la mirada que tenemos sobre uno mismo, felicitaciones

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